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Eduardo Úrculo viaja al Centro Niemeyer

Eduardo Úrculo viaja al Centro Niemeyer

10 junio, 2023
Fotografía: Úrculo. «Escultura caja de zapatos». ©VEGAP, Avilés.

 

  • La exposición Úrculo: El enigma del viajero crea, a través de casi un centenar de pinturas y esculturas, así como varios de sus objetos personales y útiles de trabajo, una retrospectiva del tránsito artístico y vital del creador vasco-asturiano
  • La selección de obras comprende desde sus icónicos hombres con sombrero y gabardina hasta los acrílicos del pop-art más transgresor, pasando por el desarraigo, la inquietud y los escenarios grises de sus primeras creaciones
  • Comisariada por la Dra. Alicia Vallina, la muestra se nutre de la colección personal del hijo del artista, Yoann Úrculo, así como de los préstamos de varios fondos privados tales como la Fundación Azcona, la colección Pérez Simón o la colección de la Caja Rural de Asturias
  • La inauguración oficial tendrá lugar el miércoles 5 de julio a las 18:00 en la Cúpula, y se podrá visitar hasta el 24 de septiembre

 

Avilés, 10 de junio de 2023. Referente del pop-art en España e icono del arte asturiano por adopción, en el veinte aniversario de su fallecimiento, Eduardo Úrculo (Santurce, 1938 – Madrid, 2003) demuestra que su fulgurante obra está más viva que nunca con una nueva exposición que, desde el próximo miércoles 5 de julio y hasta el 24 de septiembre, tomará la Cúpula del Centro Niemeyer. Bajo el título Úrculo: El enigma del viajero, la muestra, comisariada por la Dra. Alicia Vallina, constituye una metáfora del tránsito que él mismo adoptó como uno de los motivos principales de su arte. Para así recorrer su mundo personalísimo de deseos y fantasías, sondeando a través de sus obras la naturaleza curiosa e infantil que poseía, a través de la provocación de lo imaginario, de un universo estético en movimiento, siempre dialogando con la propia existencia.

Todo ello a través de casi un centenar de obras pictóricas que ilustran las tres etapas fundamentales en que se divide la vida profesional del pintor y escultor vasco-asturiano: desde la del artista desarraigado, gris, desesperado y en busca de la continuidad de sus primeros años, hasta el Úrculo viajero, misterioso y silencioso, entregado a una visión cosmopolita del arte, pasando por las creaciones informalistas, clandestinas, cargadas de deseo y color, sexualidad, erotismo e inmoralidad de su periodo de tránsito.

 

Retrospectiva de un visionario con múltiples visiones

La obra de Eduardo Úrculo conserva la vitalidad explícita de quien escarba en su memoria y se deja sorprender por la realidad de las cosas, de las personas. Fetichista inquieto, no renegó nunca de la banalidad de los objetos que desplegaba en sus composiciones, siempre empleándolos como pretexto para mostrar el goce de la vida a través del goce de la pintura. Porque era un “bon vivant”, pese a mostrar muchas veces en su obra la frustración y dificultad del ser humano ante una vida que merecía ser exprimida.

 

Un recorrido artístico en tres etapas

Úrculo: El enigma del viajero pretende ser un recorrido por la evolución del trabajo vital de Úrculo, gracias a un compendio de cien litografías, dibujos, óleos, acrílicos, témperas, esculturas en bronce o grabados procedentes de la colección de su único hijo, Yoann Úrculo, y de varios fondos artísticos particulares, así como una selección de útiles de trabajo y objetos personales del artista que imbuyen al visitante en la atmósfera creadora del “pintor que hace esculturas”, como él mismo se definía.

En definitiva, esta muestra supone una aventura estética que transita por las diversas etapas del artista, desde la dureza de la oscuridad hasta la felicidad del color para plantear el sueño de la belleza y de la sensibilidad hacia lo eterno.

 

Primera etapa: Un mundo pesimista y cargado de desasosiego

En sus composiciones de finales de los años 50 y comienzos de la década de los 60 del siglo pasado, Úrculo ahonda en el desarraigo, en la inquietud del vivir y en los escenarios grises del hombre incapaz de enfrentarse así mismo ni al destino descarnado que la modernidad le ofrece. El ser humano solitario, desesperado, desecho el rostro y agotadas sus vías de subsistencia.

La violencia de los trazos da sentido a un lenguaje que nos atraviesa y nos otorga el sentido del dolor. Nada hay más triste que la posición del ser humano en un mundo solitario y desposeído de color. Hasta que Úrculo introduce trazos de vida, pequeñas chispas en mitad del apocalipsis que le provoca la pintura.

Y el artista comienza a celebrar la naturaleza, trazando manchas informales y seductoras incorrecciones. Trabaja el bodegón en París y les da forma a objetos reales, convirtiéndolos en tangibles, en matéricos.

El enigma de las formas se convierte en razón de ser esencial de su obra, mostrando elementos inorgánicos de pincelada gruesa, chorreante. Las tonalidades grises, pardas y negruzcas se convierten en sus fantasmas, en seres agónicos, espectrales, en formas indefinidas y trastornadas que vagan en busca de continuidad.

 

Segunda etapa: El triunfo del erotismo

En torno a 1967 el artista inicia una nueva etapa. Cansado ya de la sombra y del dolor del viaje, descubre el pop americano y el colorido de un arte hedonista, directo, de viveza y paganismo que vuelve para desafiarle. Úrculo se detiene en la erótica del desnudo, en el trasero femenino poderoso y sensual, colorista, carnoso, feliz de contemplar la belleza de la carne. La sensualidad y el hedonismo de esta etapa fueron mejor acogidas que el dramático y descarnado expresionismo anterior y el Eros y la sexualidad le encumbraron.

El placer de la contemplación, al estilo del “voyeur” que goza del éxtasis que provoca la mirada, es ahora para el artista fuente de inspiración gloriosa y de sexual y abierto deseo.

El cuerpo femenino es, muchas veces, reducido, y solo los glúteos y las piernas definen a la figura hasta convertirla en enigmática, misteriosa y extrañamente inquietante.

El deseo es estimulado, teatralizado, activado a través de la sexualidad femenina, y contemplado por el artista desde la lejanía, mostrando así un cierto sentimiento de pérdida, de desposesión que provoca, a la vez, un deseo tenso y masculino que trasciende a la propia obra.

La mirada clandestina de Úrculo acompañada a su deseo, lo prolonga y lo fija. Sin embargo, no hay rostros ni fisionomías en las mujeres que gozan del placer que el artista les confiere. El anonimato del deseo evita el reconocimiento y así lo generaliza, lo convierte en universal y enfatiza su pureza. Y en ese teatro del deseo existe una evidente necesidad de posesión, de dominio del cuerpo del otro, de satisfacer y gozar de la estética y traspasar los límites de la moralidad, de ejercer como espectadores en esa misma clandestinidad buscada. Un modo de mantenerse en la obsesiva búsqueda de la belleza, en la emoción que provoca lo erótico.

 

Tercera etapa: El viajero solitario

Es en su tercera etapa cuando Úrculo se empapa de visiones de lo efímero a través del tránsito, en una continuación del viaje que había comenzado más de tres décadas antes. Otras intensidades en las que deriva su trabajo que transita ahora por ciudades cosmopolitas donde migrantes y viajeros discurren entregados a la emoción y nostalgia que provoca la vida nómada.

En su búsqueda constante de la belleza, Úrculo emplea de nuevo el fetichismo para describir su propio tránsito, su viaje de vida vivida. El artista se deleita en los objetos silenciosos e incluso alienados que le rodean, se deja admirar por el mestizaje y cosmopolitismo de la Gran Manzana, de lo enigmático de su loca arquitectura, aunque también comparte la soledad y melancolía del viajero solitario y desgarrado que muchas veces retrató en sus primeras composiciones.

Se trata de una evolución involutiva, de una soportable felicidad transitoria que bebe del pop, del surrealismo bretoniano y del cubismo austero del plano formal y superpuesto. Los silencios, los símbolos, hablan a través de esas naturalezas muertas plenas de maletas, sombreros, paraguas y gabardinas, trastocadas por la fantasía del color y por el diálogo interior que mantiene el artista consigo mismo. Sus obras nos empujan a buscar respuestas, aluden al placer de la sensualidad, a la contemplación del paso del tiempo y de la huella que este deja en todos nosotros. Las obras de Úrculo parecen siempre encerrar misteriosos secretos que seducen al igual que desconciertan, vibrando con lo cotidiano y anecdótico al igual que con la intimidad de lo subjetivo.

 

Eduardo Úrculo (1938-2003), una vida con el arte por bandera

Nacido en Santurce (Vizcaya) el 21 de septiembre de 1938, su familia se trasladó unos meses a Santander y más tarde, definitivamente a Sama de Langreo, Asturias, en 1941. Tras realizar tres cursos de Bachillerato, entró a trabajar en la empresa Carbones de La Nueva S.A donde su padre trabajaba como administrativo. Al poco tiempo enfermó de hepatitis y decidió hacerse pintor tras una larga convalecencia.

En 1957 dejó su trabajo en la empresa y realizó su primera exposición en El Hogar del Productor de La Felguera, en Asturias. El ayuntamiento de Langreo le concedió una beca y se trasladó a Madrid para estudiar pintura.  Allí asistió a clases nocturnas en el Círculo de Bellas Artes y cultivó especialmente el expresionismo social.

De nuevo, gracias a otra ayuda del ayuntamiento, viajó a París y se matriculó en la Académie de la Grande Chaumière de Montparnasse. Expuso en 1959 en la capital francesa y alcanzó un enorme éxito.

De regreso a Asturias se instaló en un estudio en Oviedo hasta que marchó a realizar el servicio militar, primero en el Sahara occidental y, más tarde, en Tenerife. De regreso a España viajó de nuevo a París en 1962 para terminar instalándose definitivamente en Madrid, donde ilustró revistas de renombre y expuso en la Galería Quixote.

En 1966 se instaló en Ibiza donde conoció a su primera esposa, la francesa Anne Chanvallon, con quien contrajo matrimonio en 1969. Desarrolló por entonces sus primeras obras pop y viajó por Suecia y Dinamarca. En la década de los 70 cultivó su época erótica, alcanzando una gran proyección internacional en las bienales de París y Venecia.

En 1978 viajó a Taiwán, comenzó a desarrollar el tema de los bodegones y recupera el tema del desnudo y la naturaleza. En 1984 comenzó a realizar sus primeras esculturas en bronce que se expondrán en ARCO al año siguiente. Realizó carteles y escenografía y vestuario para ópera.

Sus últimos años los pasó en Asturias, en su retiro predilecto para pintar, esculpir y dedicarse al grabado y a composiciones de temática oriental. La muerte le sorprendió hace ahora 20 años, un 31 de marzo de 2003, como consecuencia de un ataque al corazón cuando asistía a un almuerzo en la madrileña Residencia de Estudiantes.

 

Comisaria de la muestra: Alicia Vallina

Alicia Vallina Vallina, comisaria de la exposición, es doctora en Historia del Arte y estudios del Mundo Antiguo por las Universidades Autónoma y Complutense de Madrid además de funcionaria de carrera del Cuerpo Facultativo de Conservadores de Museos Estatales. Ha ejercido como directora técnica del Museo Naval de San Fernando (Cádiz), también ha desarrollado su labor profesional en el Ministerio de Defensa como coordinadora Técnica de la Unidad de Coordinación de Museos y actualmente como Vocal Asesora del Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales del Ministerio de Cultura y Deporte.

Ha escrito numerosos artículos en revistas nacionales e internacionales sobre arte, patrimonio y museos además de un buen número de libros sobre museología y museografía. Es guionista, conferenciante, articulista en el diario nacional El Mundo (con la sección “Las otras mujeres de España”) y en el diario asturiano La Nueva España, colaboradora habitual de las revistas Descubrir el Arte y La aventura de la Historia y autora de un sinfín de libros y publicaciones sobre museos, patrimonio cultural, historia militar e historia del arte. También colabora en los programas de radio “Un buen día para viajar” y “Noche tras noche” del Principado de Asturias. Ha escrito su primera novela “Hija del Mar”, editada por Plaza & Janés, con la que ha recibido el premio de novela histórica Pozuelo de Alarcón y el premio jornadas de novela histórica de Siero y en noviembre publicará, con la misma editorial, su segunda novela.

Es además autora del catálogo razonado de la obra de Joan Brossa, bajo el patrocinio de la Fundación Azcona, por el que recibió el Premio del Ministerio de Cultura y Deporte al Mejor Libro de Arte Editado en 2019. En ese mismo año comisarió para el Centro Niemeyer una exposición dedicada, precisamente, a este autor catalán y al belga Alain Arias-Misson. En el 2021 volvería a colaborar con el Centro Niemeyer como comisaria de la muestra “Joan Ponç: la esencia de lo mágico”.